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miércoles, 21 de octubre de 2009

Raza, Clase Social y Cultura en No me esperen en Abril



Blas Puente-Baldoceda, Ph.D
Associate Professor
Northern Kentucky University

 

    En cuanto al origen referencial de la novela No me esperen en abril, procede de un hecho real. Se trata de la experiencia vivida por el autor Alfredo Bryce Echenique en un internado que fundó un ministro de Hacienda durante la dictadura de Manuel Odría. Era un colegio de 11 estudiantes cuyos padres eran poderosos empresarios y hacendados.

   Por la trama de la novela evolucionan los amoríos de Manongo y Tere, y la amistad del primero con Adán Quispe, una suerte de confidente y protector, enmarcados en un mundo de corrupción política y financiera, de economía neoliberal e informal, de reformismo y migración andina, de tugurización de la ciudad, terrorismo, narcotráfico y globalización.
Exhibe la novela un acendrado racismo de la elite criolla que reside el paraíso caucasoide de San Isidro. En esta morada de los regios prevalece drásticamente las diferencias etno-culturales y socio-económicas, y los personajes representan al otro (los tenebrosos subalternos) con una fijación casi maniática de imágenes estereotipadas de extranjería, mestizaje, de impureza y pasado colonial.
Esta élite criolla supuestamente blanca en un cien por ciento concibe a los sectores socio-étnicos subalternos como transgresores, corruptos, pervertidos, y optan nostálgicamente por la pureza del ancestro español, inglés, francés o italiano.
Jactándose de un abolengo aristocrático, el narrador y los personajes patentizan un racismo a ultranza, el mismo que condiciona una visión estereotipada con respecto a los subalternos. Vaya un ejemplo, el padre de Manongo percibe más indígena que nunca a su mayordomo y al no acordarse de su nombre supone que se llama Saturnino, Paulino o Fortunato. Es más: concluye que cada vez queda menos Inglaterra en el Perú, y se alegra de saber que las féminas de su clase oligarca perpetúan el estilo de las famosas tapadas de la época colonial.
Ahora bien, en dicho ambiente Manongo constituye un raro porque es amigo del Adán Quispe, un cholo de corralón, y se conmueve con el canto de las palomas cuculí --negra, horrible, chusca—, pero se pregunta por qué el "lamento de esa paloma es andino, aquí en Lima, aquí en la costa, aquí en San Isidro, aquí en la casa nueva" ¿Intrusión de la otredad en su espacio fino, blanco y hermoso? No obstante, Manongo --condescendiente, paternalista y piadoso—cumple actos de conmiseración con los subalternos.
Del mismo modo, el protagonista rechaza la presencia del otro cuando endilga el calificativo de indio, cholo y pobre serrucho a su profesor García, y lo moteja: "Yo canté puis, Cara de Plato". Se mofa, pues, de la apariencia física, la lengua y la cultura del mundo andino.
Marisol de la Cadena funda la raza no en los rasgos biológicos sino en la inteligencia y la moralidad que son modelados por la educación: el color de la piel queda descartada; vale decir, es posible construir socialmente la blancura. La adquisición de la distinción social mediante la educación y la solvencia económica es, pues, un proceso de blanqueamiento que conduce a la obtención de la cualidad social denominada decencia.
Este mecanismo es adoptado no sólo por las elites sino también por los grupos subordinados y, de ese manera, ambos contribuyen a establecer la educación como una forma de legitimar la jerarquías sociales. Son, pues, cómplices en la utilización de la educación como vía para legitimar la descriminación y silenciar el racismo hegemónico en la sociedad peruana (Indigenous Mestizos, 2000)
En No me esperen en abril la apariencia física, la manera de hablar, la capacidad intelectual de los cholos, es horrible, incorrecta y deficiente, aun en aquellos cuya piel es blanca y adquieren educación como vía de mobilidad social. Evidentemente, la cultura colonial de la élite criolla estigmatiza no sólo los rasgos biológicos de los subalternos, sino también la cultura de la región andina. Se descrimina al indio y al cholo no solamente en cuanto a su aspecto físico ("impresentables") sino también en cuanto a su región de origen ("provincia") y a su cultura ("andino").
A despecho del planteamiento de la antropóloga De la Cadena, en No me esperen en abril, la discriminación racial se basa en el aspecto biológico, ya que el ideal físico implícito en las valoraciones del protagonista y los personajes corresponde a la de una persona alta, delgada, rubia, de ojos verdes, de pelo castaño o rubio, y, sobre todo, con una piel absolutamente blanca.
Estos rasgos conforman la supuesta superioridad absoluta y universal del patrón estético de los regios criollos; de modo que los rasgos que no se ajustan a dicho modelo –tales como los de la indianidad-- son estigmatizados como feos, monstruosos, amorfos, pervertidos, ordinarios, insignificantes y, por lo tanto, los ubican en el polo opuesto de la inferioridad absoluta ("dos indias viejas, dos monstruos de fealdad. Y ahí aparecieron esos dos patéticos espantajos...")(Bryce Echenique, 1995)
¿Cabría explicar todo esto mediante el concepto de fundamentalismo
cultural que propone antropóloga De la Cadena? Es decir, el racismo sin raza o neoracismo que plantea una retórica culturista de la exclusión: la gente está separada irrevocablemente por esenciales diferencias culturales. La proclividad del género humano es rechazar a los extraños, lo cual explicaría la violenta reacción xenofóbica entre los diversos grupos. Retornando a la novela: ¿es Tere racista o neoracista, o ambas cosas a la vez? Ella no puede concebir que Manongo sea amigo de un cholo mayor que él y, condicionada por su extracción social, sospecha de que existe algo anómalo en dicha relación amical.
Para Homi K. Bhabha un rasgo primordial del discurso colonial es la supeditación al concepto de fijación en la construcción ideológica del otro. La fijación, signo de la diferencia cultural, histórica y racial, es una representación paradójica cuya principal estrategia discursiva es el estereotipo, una forma de conocimiento e identificación que vacila entre lo ya conocido y localizado y algo que debe ser ansiosamente repetido como si la duplicidad del asiático y el bestial libertinaje del negro --que no necesita comprobación-- jamás puede realmente comprobarse en el discurso.
Es esta fuerza de la ambivalencia la que concede actualidad al estereotipo: asegura su inmutabilidad durante los cambios históricos y en las diversas conyunturas discursivas; comunica sus estrategias de individualización y marginalización; produce ese efecto de verdad probable y predicción que, en el estereotipo, siempre debe ser un exceso de lo que puede ser empíricamente probado o lógicamente construído. No obstante, la función de ambivalencia como una significativa estrategia psíquica y discursiva del poder descriminatorio –ya sea racial o sexista, metropolitana o periférica—todavia requiere trazarse un derrotero (The location of culture, 1994)
Tere sospecha que la amistad de Manongo con Adán Quispe se funda en una relación pervertida. Esta visión estereotipada de los criollos con respecto a la moral de los cholos e indios se remonta a la Santa Inquisición y la extirpación de idolatrías. La mentalidad colonial es todavía vigente y se manifiesta en la descriminación racial, social y cultural de una sociedad cuya fractura histórica se inauguró con la conquista del imperio Inca por los españoles.
Además de los cholos, indios y judíos, en No me esperen en abril se descrimina al grupo étnico negro, no sólo por parte del narrador, sino también por uno de los profesores, cuyo apodo es Teddy Boy: "..., Ismael y Luis Gotuzzo, negriblancos de andares tropicales, bembas cubanoides y millones de dólares, a quienes, por ser tan morenos y bembones, Teddy Boy, el más excéntrico entre los excéntricos profesores de San Pablo, bautizó como Jueves y Viernes, ya que era también profesor de literatura y quería de esa manera rendirle homenaje al inmortal Robinson Crusoe."
El arraigo del racismo es tan profundo en el subconsciente colectivo a tal extremo que los factores social y económico son soslayados: no les importa que los grupos subalternos hayan ascendido gracias a la adquisición de los medios económicos, ya que, irremediablemente, los indios/cholos/negros/judios –que conforman la otredad-- pertenecen a razas inferiores.
A los cholos cholísimos, feos, deformes ("no tenía culo"), sin los atributos físicos del ideal criollo ("el trinchudo y chuncho pelo"), y que no son de Lima (San Isidro) ("había...llegado de Paramonga," "serrano de mierda"), se les asigna el espacio de la marginalidad ("barrio," "barrio marginal"), y, aunque se han mobilizado social y económicamente en virtud de su capacidad intelectual, son discriminados violentamente ("serrano de mierda" "la puta que lo pario") porque no son blancos puros descendientes de la añeja Lima colonial.
Por otro lado, el racismo representado en No me esperen en abril no es una exclusividad de los blancos ya que los cholos, los indios y los negros –esos resentidos sociales capaces de cualquier cosa, diría el narrador-- adolecen de la misma lacra ya que "los menos cholos y los extranjeros le rompían siempre el alma a los más cholos. Y el público, purito cholo, pero que sabía diferenciar entre cholo blanquiescente, cholo a secas, cholifacio, chontril y chuto, requetefeliz, cuanto más les daban a los chutos, a los amorfos, más feliz el cholifacético público."
De hecho, la gama variadísima de descriminación entre los diversos grupos de una sociedad mestiza se manifiesta en un espectro de dos extremos: el indio/pobre/feo/imbécil (inferior) y el blanco/rico/hermoso/inteligente (superior).
Manongo Sterne, quien, abrumado por la nostalgia del paraíso perdido por su clase, su raza y su cultura, lamenta que en la Lima de hoy no "había raza blanca, por supuesto, sino una especie de crisol andino y mestizo con invasión diaria y capacidad de desaparición vietnamita a la primera e inútil persecusión policial"
Sea como fuere, el narrador No me esperen en Abril, que se dirige al lector virtual con respecto a las vicisitudes de la historia contada en la novela: "Pero dejémoslo en Manongo y Tere Mancini o, mejor aún, en Tere y Manongo. Sí. Dejémoslo ahí. Para que no suene todo a predestinación o algo así...," es o no digno de confianza? ¿Hasta qué punto este narrador de tercera persona se ciñe a la norma ideológica del autor implícito que denuncia ferozmente el brutal racismo del sector criollo en contra de los sectores subalternos? Por un lado, el autor Bryce Echenique admite que parte de la novela es producto de su experiencia vivida, de modo de que existe hasta cierto punto una relación de identidad entre el autor real y el personaje, de modo que la narración adquiere un cariz factual; por otro lado, es una narración ficticia ya que no existe una relación de identidad entre el autor real y el narrador.
En suma, No me esperen en abril, como autobiografía heterodiegética, es una obra a horcajadas entre lo factual y lo ficticio, y corrobora, una vez más, que en la producción literaria de Bryce Echenique, vida y literaria se imbrican tan sútilmente que la frontera entre una y otra se diluye en las brumas del incógnito para el incauto lector. En el presente análisis interpretativo se muestra, pues, que el narrador de la novela
no es nada confiable, puesto que con su racismo --así como el del protagonista y el de los demás personajes-- sabotea el proyecto ideológico del autor implícito de denunciarlo y ridiculizarlo con un humor corrosivo en este subyugante entramado ficcional, en el cual se entretejen con gran pericia los factores de referente -- raza, clase social y cultura-- de la realidad peruana.
 





 

1 comentario:

  1. Exelente el articyulo blas, ahora solo te falta poner los titulos de los articulos en la barra del lado para que sean mas identificables

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